En su discurso político del jueves 19 de mayo el presidente estadounidense Barack Obama afirmó que al-Qaeda perdía su relevancia con la irrupción de la revoluciones de los pueblos árabes por la libertad y la democracia. Desde mi punto de vista, también la pierde Estados Unidos, hablando relativamente, pero pocas personas en la clase dirigente estadounidense están dispuestas a admitirlo. En su discurso ante el AIPAC el domingo 22 de mayo Obama volvió a dar la impresión de ser más un defensor de Israel que un presidente estadounidense, con lo que perdió todavía más apoyo de las audiencias árabes y de muchas otras.
Con los árabes traspasando la barrera del miedo y tomando la iniciativa para reconstruir sus sociedades libremente y sobre unos principios democráticos, lo último que necesitan es la oferta de ayuda del gobierno estadounidense; tras haber visto exactamente cómo está construyendo Estados Unidos la democracia en Iraq y Afganistán, el Sr. Obama perdonará a los árabes que sean escépticos respecto a su oferta, por decirlo suavemente.
La Primavera Árabe ocurrió a pesar de décadas de apoyo incondicional de los gobiernos estadounidenses a las dictaduras en Túnez, Egipto, Bahrain, Yemen y de otros lugares. El apoyo estadounidense a la dictadura saudí, posiblemente la más totalitaria y reaccionaria de todas, ha sido decisivo para suprimir la revuelta popular y la reforma democrática en esta oligarquía rica en petróleo. En Túnez y Egipto sólo después de que la victoria se convirtiera en un fait accompli Estados Unidos y la mayor parte de Europa empezaron a hablar de boquilla sobre la necesidad de democratización y de transferir el poder ordenadamente.
Para subrayar este punto, Estados Unidos ha mantenido su apoyo crucial a los regímenes despóticos de Yemen y de Bahrain a pesar de las brutales violaciones de los derechos humanos, de los asesinatos arbitrarios de manifestantes pacíficos y del encarcelamiento de los dirigentes reformistas, simplemente porque los regímenes han demostrado ahí ser capaces (al menos temporalmente) de contener las revueltas por medio de la fuerza bruta. No cabe la menor duda de que cuando estos regímenes empiecen a desmoronarse, lo mismo hará el apoyo público estadounidense. Al final gana la realpolitik, mientras que, como siempre, los principios y el verdadero compromiso con los derechos humanos y el derecho internacional (este último estuvo completamente ausente en todo el discurso de Obama) quedan relegados a segundo plano.
Con los árabes traspasando la barrera del miedo y tomando la iniciativa para reconstruir sus sociedades libremente y sobre unos principios democráticos, lo último que necesitan es la oferta de ayuda del gobierno estadounidense; tras haber visto exactamente cómo está construyendo Estados Unidos la democracia en Iraq y Afganistán, el Sr. Obama perdonará a los árabes que sean escépticos respecto a su oferta, por decirlo suavemente.
La Primavera Árabe ocurrió a pesar de décadas de apoyo incondicional de los gobiernos estadounidenses a las dictaduras en Túnez, Egipto, Bahrain, Yemen y de otros lugares. El apoyo estadounidense a la dictadura saudí, posiblemente la más totalitaria y reaccionaria de todas, ha sido decisivo para suprimir la revuelta popular y la reforma democrática en esta oligarquía rica en petróleo. En Túnez y Egipto sólo después de que la victoria se convirtiera en un fait accompli Estados Unidos y la mayor parte de Europa empezaron a hablar de boquilla sobre la necesidad de democratización y de transferir el poder ordenadamente.
Para subrayar este punto, Estados Unidos ha mantenido su apoyo crucial a los regímenes despóticos de Yemen y de Bahrain a pesar de las brutales violaciones de los derechos humanos, de los asesinatos arbitrarios de manifestantes pacíficos y del encarcelamiento de los dirigentes reformistas, simplemente porque los regímenes han demostrado ahí ser capaces (al menos temporalmente) de contener las revueltas por medio de la fuerza bruta. No cabe la menor duda de que cuando estos regímenes empiecen a desmoronarse, lo mismo hará el apoyo público estadounidense. Al final gana la realpolitik, mientras que, como siempre, los principios y el verdadero compromiso con los derechos humanos y el derecho internacional (este último estuvo completamente ausente en todo el discurso de Obama) quedan relegados a segundo plano.
Y ahora el gobierno estadounidense está ofreciendo a tunecinos y egipcios mezquinos sobornos de “alivio de la carga de la deuda” tras haber estado actuando en connivencia con los regímenes tiranos en el saqueo de la riqueza de sus respectivas naciones y en la inversión de esas sumas en Estados Unidos y Europa occidental en su mayoría. El sr. Obama debe de pensar que los árabes tienen una memoria muy superficial o que son un tanto lentos. Cuanto antes se dé cuenta de que se equivoca en ambas cosa, más probabilidades habrá de que su gobierno sea capaz de asimilar los verdaderos significados históricos y repercusiones históricas de la Primavera Árabe y, por consiguiente, la política exterior estadounidense podrá ser más justa, consecuente y relevante.
En su discurso del jueves, la mera mención por parte de Obama de las fronteras de 1967 como base territorial para las “negociaciones” provocó la indignación “unánime” del gobierno israelí. Los airados ataques a Obama de los altos cargos y lobbistas israelíes ignoraron intencionadamente la salvedad que éste hizo a continuación: “con intercambios de tierras consensuados”. A consecuencia de ello, en su discurso ante el AIPAC Obama hizo lo imposible para explicar que lo que realmente quería decir era que las fronteras de 1967 no serían las mismas ya que tiene que dar cabida a las colonias israelíes construidas en tierra palestina ocupada durante los últimos 44 años de ocupación. Al poner claramente los intereses de Israel por delante de cualquier otra cosa, incluyendo los durante mucho tiempo establecidos intereses estadounidenses en garantizar la “estabilidad” y ganarse los corazones y las mentes en la zona, los dos discursos del sr. Obama hicieron que estos intereses estadounidenses fueran aún más remotos. El hecho de que el argumento más fuerte de Obama para acabar con la ocupación israelí es que eso sirve a los intereses de Israel de garantizar el Estado judío y que evita el aislamiento internacional que crece a toda velocidad confirma aún más de lado de quién está su lealtad.
A juzgar por las miles de columnas de opinión y entrevistas en los principales canales de las televisiones árabes el original discurso político del presidente Obama no impresionó en absoluto a la opinión pública árabe, incluyendo a los palestinos, por varias razones; me centraré a continuación en las más flagrantes.
Primera, en realidad muy pocos árabes confían hoy en el gobierno de Obama, particularmente después de su degradante giro de ciento ochenta grados en su exigencia a Israel de congelar sus colonias construidas ilegalmente en territorios ocupados palestinos y sirios. El completo fracaso del gobierno estadounidense en obligar a Israel a detener la construcción de estas colonias (que constituyen crímenes de guerra según el derecho internacional) ha costado a Estados Unidos una gravísima hemorragia de credibilidad ojos del mundo árabe. Si Israel no va a escuchar a su benefactor en relación a esta cuestión relativamente pequeña, ¿puede alguien esperar que Estados Unidos presione a Israel para que reconozca los derechos inalienables del pueblo palestino que son más importantes?
Segunda, el gobierno israelí de una derecha fanática con Netanyahu al timón muestra sin lugar a dudas por medio de sus bien dotados de fondos grupos de lobbys que tiene mucha más influencia en el Congreso estadounidense que Obama y su gobierno a la hora de establecer la política en relación a Oriente Próximo. Estados Unidos no sólo fue obligado a aceptar la humillación de que el mundo viera cómo acataba complacientemente los diktats israelíes al cambiar la que durante mucho tiempo fuera la política estadounidense de condenar las colonias israelíes por ser ilegales y un obstáculo para la paz, sino que tuvo que formular un veto a una resolución de las Naciones Unidas, apoyada por la aplastante mayoría de la comunidad internacional, que reiteraba este elemento básico de la política estadounidense.
El posterior rechazo público por parte de Netanyahu a [lo dicho por] Obama en su encuentro del viernes tampoco ayudó a reparar el daño. A consecuencia de ello, no importa lo que ahora diga Obama porque muy pocas personas lo tomarán en serio sabiendo que en última instancia el gobierno de extrema derecha de Israel tiene la última palabra a la hora de establecer la política estadounidense en esta parte del mundo.
Tercera, el doble rasero del sr. Obama ha batido un nuevo récord, ya que derrochó términos nobles como “autodeterminación”, “democracia inclusiva”, “el inalienable derecho a la libertad”, pero en gran parte excluyó al pueblo palestino del grupo de naciones que tiene derecho a estos derechos inherentes. Habló de la “verdad evidente de que todos los hombres han sido creados iguales”, pero ignoró el sistema de discriminación racial de Israel que el propio Departamento de Estado estadounidense ha condenado sistemáticamente por constituir una discriminación “institucional, legal y social” de los palestinos originarios que son ciudadanos de Israel. De hecho, esta discriminación legalizada coincide con la definción de las Naciones Unidas de apartheid.
Además, aunque Obama habló del apoyo de su gobierno a la lucha no violenta por la libertad y los derechos iguales, de nuevo excluyó la resistencia pacífica palestina contra la ocupación y el apartheid israelíes. La no violencia es exactamente con lo que han estado comprometidos la mayoría de los palestinos durante muchos años, ya sea en el movimiento de boicot, desinversión y sanciones (BDS) dirigido por la sociedad civil, las protestas pacíficas masivas contra el Muro y las colonias, o las más recientes marchas pacíficas de conmemoración de la Nakba que lograron atravesar la frontera en los ocupados Altos de Golán, lo que estableció un precedente histórico que está preñado de trascendentales posibilidades.
Lo que sumaba el insulto a la injuria en el discurso era la insistencia de Obama en reconocer a Israel como un “Estado judío” y que enfatizó aún más llamándolo el “Estado del pueblo judío”, con lo que refrendaba la definición extraterritorial de nacionalidad de Israel, una clara violación del derecho internacional que niega iguales derechos a los ciudadanos no judíos de Israel, los palestinos originarios, simplemente debido a su identidad. Imaginen ustedes si el presidente estadounidense describiera Estados Unidos como una nación cristiana o una nación de los cristianos del mundo. ¿Por qué se habría de tratar a Israel como si estuviera por encima de la ley de las naciones y permitirle mantener un régimen etnocéntrico y exclusivista que automáticamente reduce a sus ciudadanos “no judíos” a ciudadanos de segunda categoría con unos derechos restringidos debido a su identidad étnica o religiosa? ¿Cómo se puede permitir a ningún Estado definirse a sí mismo como un Estado de algunos de sus ciudadanos, y de muchos otros que no lo son, pero no de todos sus ciudadanos? ¿Qué diablos ha pasado con el supuesto compromiso del sr. Obama con la igualdad y la “democracia inclusiva”?
Según la misma lógica, el derecho internacional no aprueba un Estado excluyente y racista islámico, cristiano o hindú o cualquier otro que institucionalice la discriminación racial y el apartheid contra parte de sus ciudadanos, en base a atributos étnicos, religiosos o de cualquier otro tipo de identidad.
Preparar el camino para una paz justa y duradera en Oriente Próximo exige que todas las partes acaten el derecho internacional y los derechos humanos universales. Mientras el gobierno estadounidense continúe subvencionando anualmente con millones de dólares la intransigencia de Israel y protegiendo al multifacético sistema de opresión colonial de Israel contra los palestino de la censura y las sanciones internacionales, ningún glamuroso discurso del sr. Obama tiene posibilidades de frenar el descenso de Estados Unidos hacia la falta de relevancia en la actual reestructuración de la historia moderna de esta zona estratégica.
Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos para:
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