martes, 14 de junio de 2011

Totalmente aterrorizados, El Complejo Nacional de Seguridad de EE.UU. crece aprovechando la histeria por el terrorismo

Es un panorama que os causará escalofríos:
Sin advertencia previa, la red –un conjunto de super células terroristas– atacó el norte de Alemania y cientos, luego miles de alemanes comenzaron a sentirse afectados. A medida que se propagaba el pánico, los hospitales fueron excedidos por los heridos graves. Murieron más de veinte.
Nadie dudó de que se tratara de al-Qaida, pero no se sabía de dónde provenían los terroristas. Los funcionarios alemanes empezaron acusando a España de albergarlos (lo que afectó rápidamente a la economía española; luego, se retractaron de la acusación. Se dio la alerta en toda Europa mientras se propagaban los temores. Rusia cerró sus fronteras con la Unión Europea, cuyos dirigentes indignados denunciaron su proceder como una reacción “desproporcionada”. Incluso algunos estadounidenses de visita en Alemania fueron hospitalizados.

En Washington hubo pánico, aunque no existía ninguna evidencia de que los terroristas estuvieran apuntando específicamente a los estadounidenses o que alguno se hubiera introducido al país. A pesar de todo, en una rueda de prensa convocada apresuradamente, la secretaria de Seguridad Interior Janet Napolitano elevó el nuevo sistema de alerta terrorista por primera vez de su permanente estatus de “elevado” a “inminente” (es decir, “una amenaza verosímil, específica e inminente”). Poco después, un portavoz del Pentágono anunció que las fuerzas armadas de EE.UU. habían sido colocadas en máxima alerta en toda Europa.
Los comentaristas de Fox News, que citaron fuentes anónimas del FBI, comenzaron a advertir de que el ataque podría representar el inicio del “próximo 11-S” –y de que el gobierno de Obama no estaba debidamente preparado- El ex vicepresidente Dick Cheney, en una rara aparición pública en el Instituto de la Empresa Estadounidense, denunció al presidente por “poner negligentemente al país en peligro por los terroristas”. En el Congreso, los miembros de ambos partidos se unieron en llamados para que se destinaran cientos de millones de dólares de fondos suplementarios de emergencia para el Departamento de Seguridad Interior a fin de reforzar la seguridad en los aeropuertos. (“En estos difíciles tiempos económicos”, dijo el presidente de la Cámara John Boehner, “el Congreso tendrá que hacer recortes en gastos discrecionales no militares que sean por lo menos equivalentes a esos indispensables fondos suplementarios”.
Finalmente, mientras aumentaba el ruido en la caja de resonancia de los medios, el presidente Obama convocó una rueda de prensa en prime time, encaró la creciente marea de histeria de Washington y el país, y dijo: “Al-Qaida y sus aliados extremistas no se detendrán ante nada en sus esfuerzos por matar estadounidenses. Y estamos determinados no solo a frustrar esos planes, sino a perturbar, desmantelar y derrotar sus redes de una vez por todas”. Luego ordenó una revisión total de las capacidades de seguridad e inteligencia de EE.UU. y prometió una serie de “pasos concretos para proteger al pueblo de EE.UU.: nuevas filtraciones y seguridad para todos los vuelos, interiores e internacionales… más alguaciles aéreos en los vuelos; y una profunda cooperación con los socios internacionales”.


El terrorismo mata más personas que los tiburones


La primera parte de este escenario es, claro está, una versión “terrorista” del actual estallido de E. coli en Alemania, el descubrimiento de una novísima “variante super tóxica” resistente a los antibióticos de la bacteria que ha causado muerte y pánico en Europa. Aunque al-Qaida y E. coli suenan un poco parecido, los funcionarios alemanes acusaron inicialmente (y obviamente erraron) a los pepinos españoles, no a terroristas de España, y a brotes alemanes de soja, de causar la crisis. Y la reacción “desproporcionada” rusa no fue cerrar sus fronteras a la Unión Europea sino excluir los vegetales de la UE hasta que se descubra la fuente del brote.
Sobre todo, la reacción exagerada en EE.UU. fue pura ficción. De hecho, los científicos de este país han estado llamando a la calma y funcionarios gubernamentales a nivel medio han emitido declaraciones de confianza en la seguridad del sistema del suministro alimentario del país. Nadie atacó al gobierno por inacción; Cheney no denunció al presidente ni Napolitano aumentó el nivel de alerta terrorista, y la declaración de Obama citada anteriormente, se hizo el 5 de enero de 2010, en la secuela llena de pánico del intento fracasado del terrorista “de la bomba en la ropa interior” de hacer agujero en el avión del día de Navidad de Ámsterdam a Detroit.
Irónicamente, las versiones no super tóxicas de E. coli causan ahora casi tanto daño al año en EE.UU. como la reciente variedad super tóxica ha causado en Europa. Un niño murió recientemente en un estallido en Tennessee. Los Centros para Control y Prevención de Enfermedades (CDC) calcularon que en esta década han muerto 60 estadounidenses al año debido a infecciones de E. coli y las complicaciones resultantes, y otros 2.000 estuvieron hospitalizados. Más recientemente, la cifra de muertes por E. coli ha bajado a unos 20 por año. De un modo más general, respecto a enfermedades transmitidas por alimentos, los CDC calculan que 48 millones de estadounidenses (o sea uno de cada seis) enferman anualmente, 128.000 son hospitalizados, y unos 3.000 mueren.
En comparación, en la casi década desde el 11-S, mientras cientos de estadounidenses murieron de E. coli, y por lo menos 30.000 de enfermedades transmitidas por alimentos en general, solo un puñado de estadounidenses, tal vez menos de 20, han muerto de algo que pueda considerarse un ataque terrorista en EE.UU., incluso si se cuenta el intento de asesinato contra la congresista Gabrielle Giffords y el avión Piper Cherokee PA-28 que un ingeniero informático descontento estrelló contra un edificio que albergaba una oficina de impuestos internos (IRS) en Austin, Texas, en el que se mató junto a un gerente de la oficina de impuestos. (“Bueno, señor Gran Hermano del IRS, probemos algo diferente; tome lo que le debo y que duerma bien” decía su nota final.)
En otras palabras, en cuanto a daños desde el 11-S los ataques terroristas han causado más víctimas que los ataques de tiburones, pero menos que casi cualquier otra cosa potencialmente peligrosa para los estadounidenses, incluidos los accidentes automovilísticos que han acumulado entre 33.800 y 43.000 muertes por año desde 2001.
Aunque las muertes por E. coli han disminuido en los últimos años, nadie espera que lleguen a cero, ni se han tomado los pasos necesarios que puedan acercarnos a un nivel de seguridad del 100%. Como escribió recientemente Gardiner Harris del New York Times: “Una ley aprobada el año pasado por el Congreso otorgó nuevos poderes a la Agencia de Drogas y Alimentos (FDA) para exigir que las compañías tomen medidas preventivas para reducir la probabilidad de semejantes estallidos, y la ley especifica un aumento de las inspecciones para asegurar su cumplimiento. La agencia solicitó más financiamiento para implementar la nueva ley, incluida la contratación de más inspectores el próximo año. En vez de eso, los republicanos de la Cámara de Representantes propusieron reducir el presupuesto de la agencia.”


Doctrinas de 1% a 100%


Estamos, por lo tanto, ante uno de esos extraños, aunque menos explorados, fenómenos de nuestra era estadounidenses posterior al 11-S: si hay solo un aspecto de la vida que los estadounidenses consideren oficialmente 100% sagrado, y que por lo tanto requiere una protección del 100%, es el terrorismo.
No hay alboroto por una variedad de E. coli que podría plantear serios peligros si llegara a este país. No hay titulares alarmistas que destaquen demandas especiales de que se invierta más dinero en la seguridad alimentaria; no se han precipitado a establecer planes instantáneos para revisar los procedimientos de seguridad de carnes y vegetales; nadie ha llamado a que se lance una Guerra Global contra Enfermedades Transmitidas por Alimentos.
De hecho, en este momento, seis variedades de E. coli que realmente causan enfermedades en este país siguen sin regular. Las propuestas del Departamento de Agricultura de encararlas están “atascadas” en la Oficina de Administración y Presupuesto. Mientras tanto, la variedad super tóxica de E. coli que apareció en Europa sigue sin regularse oficialmente en EE.UU.
Por otra parte, si alguien envía a un imbécil a EE.UU. en un avión con algún tipo de artefacto idiota, los políticos, los medios y el público actúan rápidamente como si –y me dirijo a ti,Chicken Little– el cielo se estuviera cayendo o la propia civilización estuviera en peligro.
Todo esto podría tener un interés moderado si no fuera por el Estado de seguridad nacional EE.UU. Después de perder su super-enemigo comunista en 1991, ahora vive, respira, y crece gracias a su autoproclamada responsabilidad de proteger a los estadounidenses el 100% del tiempo, el 100%, contra el 100% de cualquier amenaza terrorista imaginable.
El Complejo Nacional de Seguridad ha engordado, en los hechos, dedicándose implacablemente a la promesa de hacer que el país sea totalmente seguro contra el terrorismo, incluso si la vida es cada vez menos segura para tantos estadounidenses cuando se trata de puestos de trabajo, viviendas, finanzas, y otros asuntos cruciales. Sobre la base de esa promesa de protección, el Complejo ha logrado extorsionar la marea de fondos que le ha permitido inflarse hasta proporciones monumentales, terminando con un presupuesto nacional de seguridad anual de más de 1,2 billones (millones de millones) de dólares, hasta verse cubierto por una coraza de secreto auto-protector, y estar 100% seguro de que nunca los llevarán ante la justicia por cualquier crimen potencial que pueda cometer en su “guerra” contra el terrorismo.
Ahora mismo, incluso en la peor recesión económica, el Departamento de Seguridad Interior, el Pentágono y el laberinto en expansión descontrolada de burocracias en competencia que gusta llamarse Comunidad de Inteligencia de EE.UU. siguen creciendo. Y alrededor de ellos han medrado, y medran cada vez más, diversos complejos (al estilo del “complejo militar-industrial”) con sus lobistas asociados, aliados ex políticos, y funcionarios retirados del Estado de seguridad nacional, así como generales y almirantes retirados, en una atmósfera que, desde 2001, solo puede describirse como una ciudad en expansión explosiva, el equivalente moderno a una fiebre del oro.
Hay que verlo como sigue: en los días siguientes al 11-S, el vicepresidente Cheney propuso una nueva fórmula para la política bélica estadounidense. Su esencia era: incluso una probabilidad de 1% de un ataque contra EE.UU., especialmente si involucra armas de destrucción masiva, debe encararse como si fuera una certeza. El periodista Ron Suskind, lo apodó, “la doctrina del uno por ciento”. Puede haber sido la fórmula más temeraria para guerra “preventiva” o “agresiva” presentada en la era moderna y, junto con la avalancha de información falsa sobre las armas de destrucción masiva en Iraq que Cheney y su equipo repartieron a manos llenas, constituyó la base para el desastroso intento del gobierno de Bush de ocupar ese país e imponer una Pax Americana en el Gran Medio Oriente.
Resulta que hubo un equivalente en la “patria”, nunca formulado claramente o bautizado, pero a pesar de ello notablemente exitoso para apoyar un Estado de guerra interior cada vez más exhaustivo. Llamadlo la doctrina del 100% (seguridad total contra el terrorismo). Aunque la versión del 1% nunca llegó a imponerse, la doctrina del 100% ya se ha convertido en parte del credo estadounidense.
Gracias a ello, el Complejo Nacional de Seguridad de 2011 es un mecanismo de retroalimentación positiva que se auto-perpetúa. Cualquier acto potencial de terrorismo simplemente alimenta el sistema, creando nuevas oportunidades para agregar aún más capas a una u otra burocracia, o para promover nuevos programas de vigilancia, control y belicismo y la tecnología que los acompaña. Incluso una desviación de la seguridad contra el terror, incluso si involucra complots que fracasaron atrozmente o que nunca tuvieron la menor posibilidad de éxito, es una excusa para más financiamiento.
Mientras tanto, el Complejo se “dota de personal” (o de drones) continuamente y, desde Pakistán a Yemen, lanza ataques que en la versión oficial tienen el fin de poner fuera de acción a terroristas, pero que tienen el efecto de crearlos al hacerlo. En otras palabras, consideradlo como una máquina de creación de terroristas que necesita –¿qué otra cosa iba a ser?– evidencias repetidas o señales de que el terrorismo sobrevive y prospera.
Aunque pocos parecen darse cuenta, nada de esto tiene mucho que ver con una genuina seguridad estadounidense. Pero el Complejo Nacional de Seguridad no provee seguridad de ninguna manera. Su doctrina del 100% es un fracaso. Con el argumento de que garantiza vuestra seguridad contra el terror, ha logrado garantizar su propia seguridad contra la recesión, los peligros de reducción de personal, de pérdidas de empleos, de la mayoría de las formas de rendición de cuentas, o del encausamiento por actos que otrora se habrían considerado criminales.
De hecho, el terrorismo será cualquier cosa pero no es el mayor de nuestros problemas o amenazas, lo que significa que consentir un Estado dedicado a expandirse con la excusa de que nos va a proteger del terror es como hacer un trato con el diablo.
Por lo tanto ve las cosas tal como son. Nada es seguro. Nadie está seguro. Y cómete tus brotes de soja.

Tom Engelhardt, es co-fundador del American Empire Project, dirige el Nation Institute’s TomDispatch.com. Es autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: “The Last Days of Publishing”. Su último libro publicado es: “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). [Note:
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Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175402/


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