Unas 12.000 personas llevan dos meses viviendo en terrenos no utilizados de una empresa en el municipio argentino de Quilmes.
El ayuntamiento negocia la adquisición del suelo para paliar la “emergencia habitacional y el déficit de 30.000 viviendas”.
Justo al lado del edificio de la Municipalidad de Quilmes, ciudad argentina del conurbano bonaerense con más de medio millón de habitantes, se extiende una villa miseria, un asentamiento informal de viviendas precarias. Y, de hecho, fue en este municipio donde hubo más tomas de terrenos en la oleada de ocupaciones desatada a finales del pasado año en la capital argentina y que se extendió a toda la zona metropolitana e, incluso, a otras ciudades del país. Y ahí continúan, dos meses después, alrededor de 12.000 personas, ocupantes de ocho parcelas privadas en Quilmes con la esperanza de lograr un pedazo de suelo para poder construir su propia casa.
“Tenemos una emergencia habitacional, un déficit de 25 a 30.000 viviendas, por una negligencia histórica muy grande”, admite el director general de Tierras de Quilmes, RafaelPachi Lopardo. Aunque también atribuye la propagación de las tomas a “movidas políticas internas para poner palos en la rueda de la gestión y reelección” del actual equipo de gobierno. Lopardo recuerda que “en el transcurso de muchos años no hubo política de tierras” en el municipio. “Teníamos una granada y nos explotó en las manos”, sentencia el dirigente quilmeño sobre la ocupación de una quincena de terrenos por parte 20.000 personas durante la noche y la madrugada del 13 al 14 de diciembre. Un tremendo “sacudón social”, según la expresión acuñada por la prensa local sorprendió a Quilmes poco después de la toma del parque Indoamericano, ubicado en el sur de la capital argentina y parte de la segunda mayor zona verde porteña. Allí, acamparon a principios de diciembre casi 6.000 personas procedentes de cercanas villas miseria, aunque el censo elaborado por el Gobierno federal elevó la cifra total hasta 13.300 ocupantes al añadir al listado los miembros ausentes de las familias allí instaladas.
La presión demográfica en las villas y el consiguiente encarecimiento del suelo, en un contexto general de inflación superior al 20%, junto al anuncio del gobierno de Buenos Aires de otorgar escrituras de propiedad en ciertos asentamientos, en un intento de compensar el incumplimiento del 82% de su presupuesto para vivienda, y la utilización partidista del conflicto ante las elecciones de 2011, desencadenaron diez días de disturbios en las 130 hectáreas del jardín público del porteño barrio de Soldati. Desalojo policial, nueva toma y agresión vecinal con el resultado de decenas de heridos y tres muertos, dos bolivianos y un paraguayo fallecidos por armas de fuego sin que se determinara todavía si los disparos procedían de agentes uniformados o agitadores civiles. Finalmente, los gobiernos de la Nación y de la Ciudad Autónoma aparcaron sus diferencias partidistas para lograr un principio de acuerdo mediante un plan de financiación conjunta en los planes de viviendas, un convenio sin concretar casi dos meses después, y la multitud abandonó de manera pacífica el parque Indoamericano, aunque tomas de menor cuantía ya se habían sucedido sobre decenas de terrenos públicos y privados de toda la zona metropolitana.
Óscar Martínez trabajó seis meses en la empresa cárnica Finexcor. Ahora vive allí. De acarrear carne congelada en una cámara frigorífica a 23 grados bajo cero a ocupar un terreno aledaño propiedad de la empresa alimentaria, adquirida por la multinacional de origen estadounidense Cargill en 2005. La toma de la parcela en desuso de Finexcor fue la primera, allá por el 12 de diciembre, y la mayor de Quilmes, con alrededor de 690 familias sobre 16 hectáreas. “Nací en la capital, pero me crié acá”, dice mientras señala, al otro lado de la calle, al barrio de Santa María, un asentamiento informal ya consolidado después de medio siglo de ocupación sobre unos terrenos propiedad del ente público Instituto Argentino para la Promoción de Intercambio (IAPI). Y de allí procede, como Óscar Martínez, la mayoría de los asaltantes de Finexcor, según confirma la delegada de Santa María, Silvia Flores. “El problema fundamental es la convivencia de muchas familias [padres, hijos y nietos] dentro de la misma casilla y el precio de los alquileres, de 600 a 700 pesos por una pieza [de 120 a 140 euros]”, explica Flores, natural de la provincia de Corrientes con 34 años de edad y 13 de residencia en el barrio. Población creciente en un área sin suelo disponible, excepto un predio cercado pero inutilizado desde años atrás. Resultado: ocupación.
“Vivíamos en casa de mi abuela, todos apretados, y ocupamos para tener un lugar lindo donde vivir, pero queremos pagar con un plan cómodo de cuotas”, añade Óscar Martínez, de 22 años y elegido como uno de los delegados por sus compañeros de toma. Pantalón de deporte negro, camiseta de fútbol roja con un 9 a la espalda, gorra azul con visera y pearcing junto al labio, el joven cuenta que abandonó la escuela a mitad de la educación secundaria y ahora carece de empleo fijo, pero se ocupa de mantener a su novia para que continúe con los estudios. “Me dormía en la escuela y no tuve voluntad. Hice de todo desde los 14 años: vendedor de perfumes, albañil, herrero, camarero… Ahora hago changas [chapuzas], como la reventa de carne. Acá, la mayoría sale a cartonear”.
De hecho, carromatos repletos de residuos reciclables tirados por caballos circulan a lo largo de improvisadas, pero rectas y anchas, calles, trazadas por los ocupantes para evitar el desorden urbanístico propio de las villas miseria. También se encargaron, desde la primera semana, de realizar empalmes provisionales a las redes de suministro de electricidad y agua, aunque los baños todavía se limitan a pozos negros. Y, mientras se afanan en cavar, transportar y verter tierra para nivelar la parcela, ya poblaron con tiendas de campaña y casas de tablas, chapas, cartones o telas lotes de 8 por 15 metros delimitados por estacas de madera y cintas de plástico. “Al principio eran de 10 por 20, pero achicamos para que entraran más familias y son todos iguales. Algunos tomaron tierras para revender, porque siempre hay gente que se aprovecha de la situación, pero hay mucha gente acá que no tiene nada más. Todavía no levantamos paredes de material, esperamos a que se aclare todo”.
Aunque se enfrentan a una causa judicial por usurpación tras la denuncia de Finexcor, los ocupantes confían en lograr una solución satisfactoria a sus intereses y, de hecho, hasta bautizaron ya la zona: barrio Presidente Néstor Kirchner. Al igual que en las restantes siete tomas de Quilmes, el tribunal suspendió la orden de desalojo de la parcela de Finexcor ante las “avanzadas conversaciones” entre la Municipalidad y el propietario del terreno para formalizar una compraventa, un conjunto de operaciones valoradas en alrededor de 12 millones de pesos (2,4 millones de euros). “No estamos de acuerdo con las tomas, pero tampoco con los desalojos convulsivos. Estamos en contra de las tomas, pero a favor del tipo que no tiene donde carajo ir. Siempre apostamos por la vía del diálogo. Los jueces tampoco quieren represión, que suceda como en capital federal. Y como acá no hubo ningún enfrentamiento vecinal, hasta ahora lo llevamos bien. Fuimos limando, negociando y en todas hizo acto de presencia el intendente [Francisco Barba Gutiérrez]. Nos ganamos varias puteadas, empujones y agresiones verbales, pero después salimos aplaudidos”, resume Pachi Lopardo. Desde la Municipalidad de Quilmes, una de las ciudades más antiguas de la provincia de Buenos Aires y cuyo topónimo recuerda al pueblo indígena forzado a trasladarse hasta la zona desde Tucumán en el siglo XVII, eluden detallar los planes y condiciones de urbanización: “Después de un acuerdo, ya se verá cómo se maneja. Finexcor necesita un saneamiento de la tierra, pero permite la edificación”. Por su parte, desde la sede central de Cargill Argentina confirman las negociaciones pero prefieren “no emitir ninguna comunicación oficial”.
Óscar Martínez recibe un regalo de su ahijada, cuyo nombre luce tatuado en un brazo, se monta en una motocicleta para buscar un par de cervezas y celebrar su cumpleaños. Mientras tanto, su abuela, Celva Herrera, prepara una bandeja de empanadas con carne y maíz para la cena festiva bajo un toldo. De 60 años y viuda desde hace un decenio, tiene 12 hijos, de los que 6 todavía deben vivir en su casa de Santa María, y una treintena de nietos, de los que ya pierde la cuenta de cuántos duermen bajo su techo en el cercano barrio. Al igual que la mayoría de vecinos de villas miseria y barrios marginales, Celva Herrera llegó a Buenos Aires procedente del interior argentino como consecuencia de las oleadas migratorias del siglo pasado, un fenómeno ahora también acrecentado por migrantess económicos de países del entorno (Bolivia, Paraguay y Perú). “Me trajeron con 14 años desde El Chaco para trabajar como mucama. Trabajé hasta que me casé y, a partir de entonces, cuidaba a los hijos de día y me iba a limpiar empresas por las noches. Si no trabajo, me enfermo”. Y, de hecho, ahora se dedica a gestionar el comedor popular La Resistencia en Santa Maria, una iniciativa solidaria que ya amplió para atender las necesidades del incipiente barrio Presidente Néstor Kirchner. Mediante la asistencia gubernamental y el aporte de dos pesos por familia, la olla popular de Celva Herrera en la toma prepara un almuerzo para 200 personas a base de, por ejemplo, polenta con tuco (masa consistente de maíz con salsa de tomate). Y aún dispone de tiempo para estudiar. “Nunca fui al colegio, ahora voy al de adultos. Ya estoy en quinto grado y el año que viene termino, con la ayuda de Dios. Pero quiero aprender más, si Dios me da vida, no paro hasta ser abogada y defender a todos los míos”.
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Para empezar a abordar sobre el tema hay que dejar en claro que, la situación de las personas que habitan el suelo argentino no solo es lamentable sino que es violenta y de coerción. La coerción es la amenaza a la utilización de la violencia (física, psíquica o de cualquier tipo), para lograr que alguien obedezca. El problema es que la coerción ya no basta, sino que a la gente se la violenta directamente para mantenerla obedeciendo. Somos directamente esclavos por miedo.
¿Miedo a que?
Miedo a perderlo todo, a caer preso, a endeudarte, a que te maten, a una nueva forma de vida, que como no conocemos y tememos a lo desconocido, no nos será posible alcanzar mientras que sigamos nombrando a los barrios Presidente K o esperando que dios nos ayude. Esto no lo digo por desmerecer a la gente, el ignorante no es culpable por ignorar, pero si es responsable. La responsabilidad no se va de nuestra consciencia hasta que la cumplimos, tarde o temprano, sino se transforma en culpa, ese sentimiento que no deberíamos sentir porque nos limita, auto-reprime y nos genera miedos e incertidumbres, por ende no seremos felices mientras sintamos culpas y no lo tomemos como responsabilidad, para así aprender, mejorar y evolucionar.
Ahora bien, en cuanto libramos a nuestra consciencia de males y los trasformamos en motivación para el cambio, entenderemos que los prejuicios en cuanto a la gente que ignora que tiene derechos habiendo vivido, literalmente, toda su vida en la miseria y que lo sigue aguantando.
La mejor herramienta para combatir la ignorancia es la educación, por lo que nos reduce a un objetivo claro, limitado (dentro de nuestros propios límites, cualesquiera que sean estos), y aplicable. Esto quiere decir que la posibilidad del cambio es tan factible como la educación, conscienciasión y acción de cambiar nuestras realidades por nosotros mismos y con la motivación de que es el futuro, la evolución.
Los instintos naturales de supervivencia y adaptación de los humanos, a lo largo de la historia, nos puede dejar como conclusión, que no solamente estamos capacitados para poder vivir en anarquía ya que tendemos a la auto-organización,auto-gestión, y la independencia del estado cuando éste mismo funciona mal o no funciona lo que podemos concluir cuando 30.000 familias necesitan casa y 12.000 no pueden empezar a construir sus casas en la tierra que han okupado pero que les pertenece y siguen aguantando a la policía y esperando a los perezosos, aguantando y aguantando, esperando, muriendo, sufriendo y esperando, ¿cuantas pruebas más necesitamos de que no los necesitamos para nada? ¿cuantas pruebas más necesitamos de que todo lo que nos venden es MENTIRA? BASTA! REEVOLUCIÓN!! LIBERTAD!!!
¡¡¡ANARQUÍA!!!
¡¡¡ANARQUÍA!!!
Salud
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