lunes, 20 de junio de 2011

Por un día de la ira gay

 Se avecina otra Gay Pride, otra marcha del Orgullo Gay. Los borreguitos de nuevo por el sendero que  autoriza el poder, de Alcalá a Sol. Luego, vuelta al silencio durante otros 12 meses. Desfile de chulazos, modelitos, banderas arco iris, carrozas de la peseta rosa y drags a ritmo de Mónica Naranjo o Alaska. Miles de personas, se esperan 30.000, 50.000, 1 millón. Luego quedarán las serpentinas en las calles, las lentejuelas caídas, las plumas que se han liberado durante un par de horas.  
Bien, y ¿qué hemos conseguido después de 20 años de Gay Pride? Casi nada. Cero con algo. Ni derecho al matrimonio, ni el fin de la homofobia, ni políticas serias contra el sida, ni disculpas de la iglesia, ni respeto en los medios de comunicación. Resulta patético que esos miles de gays y lesbianas que salimos a la calle el 28 J lo hagamos riendo, bailando y cantando, pacíficamente, desfilando por la calle ordenadamente. ¿A qué viene tanta alegría? Después de tantas tomaduras de pelo, de tantas agresiones homófobas, de tanto silencio institucional, de tanta política sanitaria genocida, de tanto represor en el armario, lo que falta en esta manifestación es la RABIA.

El 28 J deberíamos tomar las demás calles, los colegios, las iglesias, los bares, los cines, las emisoras de radio, desfilar por los pueblos. Deberíamos asaltar el ministerio de sanidad, apedrear el ministerio de educación, atacar a la policía, okupar las televisiones. Tendríamos que mostrar nuestra ira, acabar con esta paz cobarde e inútil.
Todo ha quedado en un baile de gratitud domesticado: ahora tenemos una zona rosa de bares en cada gran ciudad, unas cuantas revistas rosas que hablan de ese mercado rosa, una minoría de gays y lesbianas que puede disfrutar del placer rosa, ¿y qué más? ¿Qué hay de l@s transexuales a los que se sigue negando todos los derechos, de los comentarios homófobos en la televisión y en la prensa, de los artículos científicos donde se investiga el origen de nuestra rareza, de la represión en los cuarteles y en las cárceles, de los gays, lesbianas y trans que viven en los pueblos bajo el terror, de las parejas que no pueden adoptar un niño, de los que mueren de sida por la avaricia de la industria farmacéutica y la negligencia de las autoridades, de los niños mariquitas atacados por los compañeros, de los policías que nos persiguen e increpan en los váteres, de las lesbianas que han reducido al silencio? ¿Tod@s es@s también desfilarán alegres y contentos el 28 J, tienen tanto que celebrar?
El espíritu de rebelión y cabreo que estaba en el origen de los incidentes del 28 J de Stonewall se ha perdido por completo, pero no han desaparecido las causas que lo motivaron. Vivimos en una amnesia estéril, unos atrapados en la inercia del capital y sus destellos, otros bajo el miedo y el silencio que se sigue promoviendo desde todas partes, ante el inmovilismo absoluto del poder político, tanto del PSOE como del PP, y ante el silencio subvencionado de los grupos asimilacionistas de gays y lesbianas, que no tienen reparos en dejarse visitar por políticos de uno y otro signo días antes de las elecciones.

El 28 J ha perdido su faceta política y de lucha, y por tanto, ha perdido todo su sentido. Se ha convertido en una imitación de la Pride de EEUU, de Francia o de Australia, es decir, de aquellos lugares donde el capitalismo ha asimilado a los gays y lesbianas convirtiéndolos en meros consumidores, cuando no en grupos de presión utilizados por los partidos políticos. Si ese es nuestro destino, que San Genet nos coja confesados.

Javier Sáez



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